Instrucciones para leer en Otoño
Sofía AbramovichI. Disponer de un tiempo.
II. Querer dedicarlo a la lectura.
III. Que el tiempo del primer ítem sea, preferentemente, la siesta o, como segunda opción, la franja de minutos entre las 11:00 am y el mediodía. Debajo les diré por qué.
IV. Si es sábado, mejor. La siesta o la mañana avanzada tienen otro gusto a esa altura de la semana.
V. La precisión horaria tiene que ver con los mejores momentos del sol. Recuerden, es otoño, ningún otro sol se parece a éste. En ningún otro momento del año. Y si a eso le sumamos el sábado...
VI. Si media una ventana entre el sol directo y quien se dispone a este ritual, lo recomiendo para las temperaturas superiores a los 20º. Este tip es estrictamente santafesino, mañana 29 de abril anuncian 31º para la siesta del sábado.
VII. Para el resto de habitantes de este extenso país, quizá un patiecito/balcón/banco de plaza condimente con justeza la actividad que van a afrontar. Y sólo porque estamos hablando románticamente me permito omitir el componente Vitamina D de este instructivo enfático en lo solar.
VIII. Calvino dice (dos puntos y adjunto cita para —en el punto siguiente— pararme de manos, obvio respetuosamente): "No es que esperes nada particular de este libro en particular. Eres alguien que por principio no espera ya nada de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú y menos jóvenes, que viven a la espera de experiencias extraordinarias; de los libros, de las personas, de los viajes, de los acontecimientos, de lo que el mañana guarda en reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que uno puede esperar es evitar lo peor. Esta es la conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales y hasta en las mundiales."
IX. No. Lo cierto es que quizá por una ingenuidad juvenil, quizá por una profunda convicción entusiasta que estructura mi relación cabeza-cuerpo-corazón, acúsenme de lo que quieran, pero no quiero -ni para mí, ni para ustedes- que no esperemos ya nada. ¿No es ese un primer síntoma de muerte? ¿No es ese el frío que anuncia el final? Aunque nadie muera. Viviré de la ilusión, de la espera, acusenme de lo que quieran, pero a mí me levanta de la cama. Nos hace caminar diría Fernando Birri.
Como si las conclusiones no fueran, como las estaciones, capaces de transformarse. Duran lo que duran, a veces más fieles a los tiempos y características que hemos aprendido; otras, y cada vez más —calentamiento global mediante— adoptando una imprevisibilidad que pareciera barrer su naturaleza. ¿Pero alguien duda de que el otoño es otoño, aunque mañana anuncien 31º a la siesta en Santa Fe Capital? ¿Por qué entonces pretenderían eso de mis ideas, que ni siquiera me corresponde responder a un hemisferio entero?
X. Diría que esperemos lo que querramos y podamos a las 11 de la mañana del sábado, a la siesta de un lunes después de trabajar, o la madrugada de insomnio que querramos combatir con el Decadrón de la lectura. Que esperar nos hace lo que somos, nos aleja de lo inteligente y lo artificial para devolvernos miserables, ansiosas y ansiosos, ilusionadas, expectantes. Nos permite pararnos sobre la solemnidad de asumirnos en la contradicción de aquello que sentimos a pesar de no quererlo, como cuando esperamos algo de alguien o algo. ¿A quién le gusta, acaso, no poder esperar?