Oda a mis Tetas
Camila Sosa VilladaAlrededor de los doce años comencé a fantasear con ser travesti, aunque sin saber que esa revuelta que ocurría en los campos de mi espíritu iba a llamarse de ese modo. Y como fui monaguillo antes que humana, con toda la fe de la que era capaz, cada noche recé a la Virgencita del Valle para que me despertara un día con la sorpresa de que me habían crecido las tetas. La Virgen no me escuchó así que de grande, cuando abrí el capullo y me revelé como flor de travesti, me hice tres pares de tetas de goma espuma. Las saqué de un colchón que era materia prima, oficina y cama donde descansar y las había hecho perfectas. Al colchón, por supuesto, lo había encontrado en la vereda. El engaño de las tetas funcionó por varios años. Les decía a los clientes que estaba recién operada y que no me las podían tocar. Solo verlas y tener fe en mi palabra. Pero luego, su hechizo comenzó a menguar. Un día vi mis pechos sobre la mesa y no les creí y nada fue lo mismo desde entonces entre ellos y yo. Tres señores pares de tetas, unas pequeñas para cuando jugaba a ser una chica paki de escote discreto, unas normales para ir a la universidad y las gigantes para salir a yirar. Una noche, una brisa de mal agüero tumbó una de las tetas sobre la estufa de cuarzo y casi morí asfixiada por el humo. Las tiré a la basura esa misma noche, una vez ventilado el cuartito de pensión, no vaya a ser cosa que al otro día los titulares gritaran en los kioscos de revistas: INVERTIDO MUERE ASFIXIADO POR EL SUEÑO DE TENER TETAS.
Detrás de los pezones negros, planas, replegadas en su ausencia esperando ser deseadas, mis teticas iban a dar el batacazo en menos de lo que mi ansioso corazón podía imaginar. Un día una travesti me dijo que me hormonara. Una pastillita de antiandrógenos por la mañana y dos dosis de gel con estrógeno puro, dos veces por día. Como antes de ser monaguillo y travesti fui carne crédula, le hice caso y la historia de las guerras se torció. ¡Mis tetas comenzaron a crecer! Primero fueron brillantitos, luego pepitas de oro 14 kilates, luego perlas y luego vidrio imitación rubíes y esmeraldas para la corona de la reina de la comparsa. El pezón se expandió, se hizo redondo y ancho, se sonrosó como una adolescente con vergüenza y a los pocos meses de valerato de estradiol y acetato de ciproterona se reveló la forma donde cupo una felicidad nueva. A los 30 años, en el pico de mi adolescencia trans, dos pequeñas tetas vinieron a llenar mis corpiños.
¡Comed y bebed todos de mi pecho! Gritaba en la calle para estrenarlas en manos que no fueran de clientes, en bocas que las desearan por rebeldes y no por serviles. Pedía por favor que hicieran pan con mis tetas, que los apicultores recogieran la miel que les brotaba sin pausa.
El menor sobresalto, un giro brusco, el contacto con el corpiño, el choque imprevisto con un pasajero en el colectivo, todo es motivo de una descarga eléctrica de 2328 anguilas que muerden mi pecho. Ahora pueden decir que ando feliz como travesti con tetas y tienen razón. Nunca me dijeron mis viejas maestras que en el escote se escondía una fiesta.
A veces cuando me miro en el espejo desnuda, les hablo como a dos perritas recién nacidas:
Tranquilas mis ninfas que ustedes serán pequeñas, pero no por eso menos fulgurantes. Quién diría que ese gordito que rezaba para que le crecieran las tetas como a sus amigas se convertiría en esta mujerzuela que goza de los beneficios de su fé.
La teta izquierda es más grande que la derecha, Y esto no es una analogía política por mucho que quisiera. Porque claro. No todo podía ser perfecto.
Amigas mías: hay hombres que no se merecen nuestro lenguaje robado a todo lo vivo de la naturaleza, ni la suave piel del estrógeno, ni su color de arrope. Hay hombres que no merecen nuestras manos expertas en decir lo que el idioma no ha podido inventar. Léanme bien, hay hombres, no solo los amantes, no solo los esposos, no solo los hermanos o los padres o los hijos o los amigos, no solo los hombres que se calientan como asfalto a la siesta con una mujer, también los homosexuales, los maricas, hay hombres de todo tipo que no merecen atenciones ni cartas, ni curiosidades ni esta entrega de partisanas con que vamos al frente al deseo. Hay amigos que no merecen los gestos, ni los pensamientos, ni esas implosiones que derrumban los andamios de nuestras costillas, ni eso que torpemente llamamos corazón porque en este lenguaje de hombres, no hemos podido decir dónde se aloja la semilla de nuestro fuego. Hay amantes que no merecen la humedad ni el ardor de nuestro sexo, ni el espíritu alegre con que nos acaballamos sobre ellos para llegar a dios. Hay amores que no merecen consultas a las antiguas, ni el dinero gastado en el psicólogo, ni la tristeza con que coloreamos la tarde, ni la espera por una señal en el cielo. Hay un tipo de hombre, del país, la clase, el color y el tamaño que sea, que no merece la gesta de nuestras palabras. Vienen con los brazos cargados de obsequios que se rompieron en el camino, a la espera de que con eso hagamos una promesa cumplida. Créanme amigas, merecemos mejores soledades.