A Las Ricas Empanadas

Alberto Laiseca

—Virgilito: esta noche te voy a contar un cuento muy especial. Vos sabés que yo soy una gran cocinera. Una de mis especialidades son las empanadas. Te voy a contar un cuento con empanadas. Pero empanadas con un relleno especial, como para rechuparse los dedos.

“Allá en el viejo San Telmo, en las épocas del Restaurador, de Don Juan Manuel, había una negra que fabricaba y vendía empanadas. Todos se las sacaban de las manos. Eran las más ricas de Monserrat y San Telmo juntos.

“Un marido tenía la negra: haragán, malo y borrachín. La fajaba muchísimo a la negra. Pero lo más pior es que la engañaba con otras mujeres. Borracho y malo como no se había visto nunca. Siempre volvía tarde a casa. Tenía un cinturón de cuero con hebilla bien grande, y con la parte de la hebilla es que le pegaba. La negra ya se estaba cansando. A ese negro malo le gustaba mucho fajarla en los pechos, que es donde nos duele más a nosotras las mujeres. Un buen día de ésos la negra se hartó. No lo aguantó más a su marido. El tipo estaba durmiendo la mona arriba del catre y la negra le clavó en el pecho una aguja de tejer bien afilada. Se la clavó entre las costillas, como pa’ que la sangre le quede adentro. La aguja entró muy fácil. A los vecinos pensaba decirles que su marido la había dejado, cosa que a nadie le iba a costar creer porque era un negro malo. Nadie lo quería. La cuestión es que la negra se pasó toda la noche trabajando. Tanto pa’ pelá el costillar, como pa’ la fritanga. La negra trabajó y trabajó. De una se fabricó como cien empanadas. Y por la mañana, bien tempranito, salió a venderlas, a vocear la mercancía: “¡Empanadas! ¡A las ricas empanadas!”. Todos los vecinos se le fueron al humo porque sabían que eran riquísimas las empanadas de la negra. Enseguida las vendió todas. Incluso hubo uno que no aguantó las ganas y se probó una ahí mismo. “¡Mmh! ¡Qué gusto raro!”. Al primer bocado enseguida puso cara como de “¡¿Qué es esto?!”. “¿Y el marido?”. “Desapareció”. Ah: y ahí se pasó la voz entre todos los vecinos: que la negra lo había metido al marido dentro del relleno. No sé cómo hicieron para darse cuenta, porque la carne estaba bien condimentadita. Pero igual se dieron cuenta. Entonces la denunciaron a la Mazorca. La gente de Rosas vino hasta la casa de la negra y encontraron cuatro tinajas bien grandes, llenas de salmuera, y con su marido que estaba picado fino. Al esqueleto lo había enterrado en el piso de la casilla. La fusilaron, pobre mujer.

“Cuentan que Dios la castigó. Hasta que no venda todas las empanadas que no pudo vender aquel día no va a quedar libre. La negra ya hace más de ciento cincuenta años que se la pasa: “¡Empanadas! ¡A las ricas empanadas!”. Se aparece por San Telmo, voceando: “¡Empanadas! ¡Empanadas!”, pero nadie se las compra. No bien lo ven al fantasma huyen despavoridos.

“Ahora que te voy a decir una cosa. Eso es algo como que se dice. Yo no estoy muy segura de que sea cierto que alguien, al probar una empanada, se dé cuenta. ¿Sabés por qué te lo digo, Virgilito? Porque a mi marido, que también era un negro malo, yo lo hice picadillo. Lo piqué fino, al Juan. Y lo metí en el relleno de las empanadas que hacía. Uh, fue hace muchos años. La gente se rechupaba los dedos. Riquísimas. Me las sacaban de las manos.

“Ha sido el secreto de toda mi vida. Ahora como tus papis… Ellos se deben haber creído que no los oía. Yo soy media ciega y vieja, pero no sorda. Tus papis andan diciendo que me van a echar porque ya no sirvo para nada, así que me voy a morir de hambre y de frío, cuando ellos me echen, por eso ya no me importa. Si me denunciás me hacés un favor. En la cárcel voy a tener comida y techo.

“¡Ah!: me olvidaba que no me vas a poder denunciar. Cierto.
—¿Y cómo estás tan segura de que no te voy a denunciar?
—Eeemm… Por nada, por nada. Mañana conversamos. Y ya que hablamos de mañana: pienso preparar unas empanadas riquísimas. Con qué relleno, Virgilito. Tus padres no van a poder creer las ricas empanadas que les voy a preparar. Ahora pónete a dormir. Quedate tranquilo. Dormí. Mañana hablamos.