Chanchito con Manzana
Alberto LaisecaVirgilito, el niño de la familia, era muy cruel con la negra Tomasa. Sabía que la pobre mujer les tenía fobia a las arañas. Bastaba con que viese una (hasta la más chiquitita) para que entrase en pánico. Entonces él, durante todo el día, la acosaba:
—Tomaaasaaa… Tomaaasaaa… ¿A que no sabés lo que te pasó por detrás de las polleras?
—¿Qu… qué me pasó?
—Una araña. Grande, gorda, negra. Negra como vos. Ja, ja, ja…
Todo el día la estaba verdugueando. Pero a la noche venía la venganza de la negra, porque le contaba cuentos de terror. Era una cosa doble, porque por un lado el pibe tenía mucho miedo y después no podía dormir, pero por otro le gustaba.
—Virgilito: me parece que esta noche no te voy a poder contar cuentitos. Así que más vale que te cuente esta tarde, antes de preparar la cena, el último cuento.
—¿Y por qué el último?
—Bueno, porque tus padres me piensan echar. Porque me estoy quedando ciega y ya no les soy útil. Ellos creen que además de ciega soy sorda, pero yo los escuché. Los señores de la casa eran gente realmente muy horrible. Los abusos de Virgilito no eran casualidad. Tenía a quién salir. Se vio que la negra, en ese momento, estaba muy furiosa.
—Tus viejos me ordenaron que para esta noche prepare chanchito con manzana. Al horno. Es mi especialidad. Me voy a romper toda, porque va a ser la última comida. Como quien dice “la última cena”. Pero primero te voy a contar el cuentito. Una historia verídica, como todo lo que te he contado.
“Vos sabés que había una casa señorial, ahí en Monserrat, donde a la pobre sirvienta la trataban muy mal sus patrones. Como tus padres a mí, por ejemplo. O vos a mí, así. Había un chico, en la familia, que se llamaba Felipito. Todo el día la estaba verdugueando. Una tarde los padres se fueron y le ordenaron a la sirvienta que les preparase un chanchito con manzana. Como tus papás ahora ¿viste? Así. Cuando volvieron no encontraron a Felipito por ningún lado. “¿Y el nene?”. “No sé, señora —dijo la sirvienta—. Yo creo que salió a jugar con los chicos. Prometió venir pronto”. “¡Pero qué barbaridad, es tardísimo! ¿Qué le pasa a este chico?”. “Si los señores quieren pasar al comedor ya está preparado el lechón”. “Bueno. Sí, vamos a ponernos a comer y como castigo por llegar tarde hoy se queda sin cena”. Entonces la sirvienta, reventando de orgullo, dijo destapando el chanchito: “Señores: la cena está servida”. Sacó el trapo que tapaba el lechón y debajo estaba Felipito, asado al horno y con una manzanita en la boca. “¡Aaahh!”. Bueh: fue espantoso. ¿Te gustó el cuentito, Virgilito? Yo sé: es corto, me vas a decir. Cortito pero sabroso.
“Eeemm… Virgilito, ¿me querés acompañar a la cocina? Porque tengo que preparar el chanchito con manzana. Mi especialidad… ¿Me querés acompañar?
Virgilito la escuchaba y ya se imaginaba dentro del horno. Salió huyendo el pendejo. Absolutamente desesperado corrió a encerrarse en su cuarto. La negra, como si estuviera totalmente en otra, se metió en la cocina y sacó de un lugar un lechón que ya tenía preparado y limpito, hacía rato, le puso una manzanita en la boca, lo adobó y lo metió en el horno.
Cada tanto se escuchaban los gritos de Virgilito, muerto de terror. Lo tuvo sufriendo unos diez, quince minutos. Entonces finalmente fue al cuarto de Virgilio que allí estaba atrincherado. Había puesto su bibliotequita contra la entrada para que ella no pudiese entrar. Se conformó con decirle a través de la puerta:
—Yo, Virgilio, soy una negra ignorante. Pero contándote cuentos te abrí una puerta en el alma. En esta vida no hay que ser desagradecido. Ojalá este susto te sirva para ser mejor persona. Quedate tranquilo que yo en toda mi vida jamás le hice daño a nadie. Ni siquiera a mi marido que bien se lo merecía.
Y se fue.
Cuando vinieron los padres de Virgilio preguntaron:
—¿Y la negra Tomasa?
—Sabía que ustedes la iban a echar y se fue. El lechón estaba ahí preparadito.
Virgilio tardó dos meses en averiguar dónde estaba viviendo la negra Tomasa. Unos pobres la habían apañado en un sido que hoy podríamos llamar villa miseria. La negra preparaba comida para la gente y más o menos con eso iba tirando.
Entonces Virgilito llegó a la puerta de la casilla donde estaba la negra.
—Tomasa…
—¿Virgilio? ¿Y vos qué hacés acá?
—Te traje un pastel. Lo robé de mi casa.
—¿Y vos desde cuándo sos bueno conmigo? ¿Desde cuándo vos me tenés consideración, eh?
—¿Nunca más me vas a contar cuentitos, Tomasa? Ahí la negra se enterneció:
—Pasá, melón. Melón caído’e la melonera. Sentate ahí en esos ladrillos. Decime, ¿yo te conté alguna vez la historia verídica del diablo que se lleva a una vieja al infierno tironeándola de las patas?