El Criadero de Chanchos

Alberto Laiseca

—Virgilito: vos me pedís siempre que te cuente cuentos, todas las noches. Pero después no podés dormir. Yo no sé si seguir contándote cuentos.
—Sí, contame. A mí me gustan.
—Bueno, pero ¿sabés qué pasa? El cuento que se me ocurrió contarte esta noche yo ni sé si debo contártelo, porque es un cuento tan horrible…
—Contámelo, contámelo.
—¿Estás seguro, vos?
—¡Sííí, contámelo! A mí me gusta.
—Bueno, está bien. Usted pide, yo le doy.

“Ahí en el distrito de Suipacha, en la provincia de Buenos Aires, había hace muchos años un chacarero, muy bueno, que vivía con su mujer y su hijito. El chico se llamaba Oscar (Oscarcito). Era gente muy buena. El hombre tenía un criadero de chanchos. Serían como setenta animales. Y un buen día de ésos, para profundo horror de ellos, la mujer se murió. El hombre y Oscarcito se quedaron locos de dolor.

“Vos tal vez sepas, Virgilito, cómo es un criadero de chanchos, y si no sabés te cuento. Hace falta mucha agua en los criaderos. Mucha agua. Porque Página 321 el chancho es un animal muy sucio y cada tanto vos tenés que limpiar toda la porquería. En los criaderos hay unas especies de acequias, que hacen los patrones, para abrir y largar el agua que va al campo. Entonces pasan cosas raras, se forman verdaderos pantanos. El agua, junto con la porquería del chancho, hace arriba una especie de capa, de corteza. Sobre todo en enero, cuando hay mucho calor, la parte de arriba, esa corteza, se seca y abajo está todo el pantano, está toda el agua. Parece que estuviera seco. Pero vos pisás ahí y te hundís. Te podés ahogar. Porque a veces son muy profundos. Ha pasado que hasta los mismos chanchos, y eso que son bichos muy entendidos, se ahoguen. Y quedan flotando, porque se pudren. Se hinchan y quedan flotando en esa cosa que parece seca pero en realidad es el principio del pantano. El principio de la muerte.”

“Una noche estaba el pobre chico en su camita. No podía dormir porque pensaba en la mamá, la extrañaba. Estaba todo oscuro. No había una gota de viento. Y en eso al chico le pareció que una voz lo llamaba desde el campo. “¿Mamá? ¡Mamita! ¡Mamita!”. La alegría del pobre chico porque pensó que la mamá lo estaba llamando. Sin pensarlo dos veces salió enseguida al campo y se metió. Y a lo lejos, efectivamente, se veía una figura vestida toda de blanco, que se movía. Más convencido que nunca, el chico, de que era la mamá. Pero no era la mamá. Era un maléfico. La alegría del pobre chico. Se largó a correr. ¿Qué habrá podido correr?: diez, quince, veinte metros a lo sumo. Y sintió que se hundía. Se había metido en el pantano de los chanchos. Porque como te dije no era la mamá. Esa figura toda de blanco era un maléfico. Un espíritu malo que se lo quería llevar a la muerte. El chico, como te dije, sintió que se hundía. Empezó a los gritos. ¿Pero quién lo iba a escuchar? “¡Mamita! ¡Mamita!”. Manoteando en la desesperación —estaba todo oscuro— sintió un objeto duro que había y que flotaba. Se agarró desesperadamente. Estuvo toda la noche así. Agarrado a esa cosa que flotaba. Al otro día, cuando lo encontraron el padre y los peones, vieron que el nene había pasado la noche entera abrazado a un chancho todo podrido.”

“Ahora que te voy a decir una cosa, no: ese chico nunca quedó bien de la cabeza."

—Otro.
—¡No, qué otro! ¡No, qué otro! Ya es suficiente con éste. Después te vas a quedar con los ojos así, como huevos fritos. Se me pone ya mismo a dormir… se me pone a dormir sin falta o sino no le cuento nunca más cuentos, ¿eh? Si no la noche que viene no te cuento más. A dormir que hay chinches. A dormir. Se me tapa y se me pone a dormir ya mismo sin falta.