El secreto del conejo

Juan Ruocco

I.

Luan dormía hasta que sonó el despertador. Se levantó, buscó su computadora y se conectó a la liga mundial para iniciar una nueva partida. Empezó con una apertura heterodoxa: movió a todos sus constructores, cambió la base de lugar y preparó un asalto de tanques. En unos minutos aplastó al ejército enemigo y sumó otra victoria, recibió la recompensa y mantuvo el invicto.

Desde la cocina su mamá le gritó que el desayuno estaba listo, que se apurara porque iba a perder el micro. Luan se puso el uniforme sin sacar los ojos de la pantalla. Caminó hasta la cocina, saludó a su madre que partía a su trabajo, se sentó a la mesa y movió su ejército a través del mapa. Sonó el timbre. Antes de salir, liquidó al rival. Otra victoria, más créditos y un nuevo eslabón en el invicto. El ómnibus lo esperaba en la puerta del edificio. Luan apoyó el dedo índice en el lector, se abrió la puerta y ocupó el único asiento libre. Otra vez sólo, pensó.

El ómnibus avanzó por la autopista que conecta los monoblocks con la ciudad. A los costados del puente podían verse los restos de la gran inundación y por debajo fluía un río cristalino que Luan miraba absorto. La vegetación cubría los restos de los edificios y las islas que se habían formado.

La entrada de civiles en toda la zona estaba restringida: un alambrado impedía el acceso a quienes no estuvieran autorizados. El ómnibus se detuvo en un semáforo. Sonó una alerta en la computadora de Luan, el jugador profesional, wh1t3 r4331t, lo desafiaba a jugar una partida. Los profesionales no jugaban en las salas comunes de la liga, sino que tenían un sistema de puntuación que afectaba su posición en el ranking y, por lo tanto, sus ingresos. Luan no tenía mucho tiempo pero, entusiasmado, aceptó. Jugó lo más rápido que pudo: sabía que su única chance era sorprender al enemigo con un ataque furioso. Avanzó por el mapa y atacó desde un punto inesperado. El ataque funcionó. Destruyó las defensas de su rival y ya tenía la base enemiga a merced de sus tropas pero en ese momento su propia base fue atacada por su rival. Quien destruyese primero la base enemiga ganaría la batalla. A tres segundos de ganar, la notificación con la palabra “derrota” apareció en la pantalla de Luan y así fue como perdió el invicto.

El micro estacionó en la puerta del colegio. Luan guardó la computadora en la mochila y bajó. Evitó la formación en el patio y se sentó solo en el fondo del aula. Sacó su computadora y jugó durante toda la clase. El día parecía interminable.

II.

Volvió a su casa, encendió la computadora, se conectó a la liga y buscó en el historial de partidas su derrota con wh1t3 r4331t. Luan le solicitó que jugaran una revancha pero no obtuvo respuesta. Mandó un segundo mensaje: cobarde, decía; tiró la computadora sobre la cama y salió de la habitación. En el living ayudó a su mamá con las cosas de la cena. Volvió a su cuarto y vio en la computadora un mensaje de wh1t3 r4331t.

Eran unas coordenadas con la frase “Ya veremos quién es el cobarde, te espero”. Buscó el lugar en el mapa y advirtió que estaba en la zona restringida. Luan apagó la computadora.

A la mañana siguiente, cuando sonó el despertador, Luán se levantó de inmediato y preparó su mochila: la computadora, una botella de agua y una manzana. Desayunó y esperó que su mamá saliera a trabajar. Tomó su bicicleta y pedaleó a toda velocidad hasta el puente, con el viento que le daba en la cara. Se acercó despacio al alambrado para no llamar la atención del puesto de guardia. El alambre tenía púas en la parte superior, por lo que no podía trepar. Caminó varios metros por el perímetro pero no encontró un solo lugar con espacio suficiente como para pasar al otro lado. Volvió a su casa, se metió en el armario, y revisó varias cajas hasta encontrar una buena pinza que guardó en la mochila. Volvió al alambrado y evitó de nuevo el puesto de guardia donde ahora había un policía dormido. Se alejó a una buena distancia, sacó la pinza y con mucho cuidado hizo un agujero. Apenas pudo levantar el alambre, cruzó por debajo. Sacó la computadora de la mochila, puso el mapa y marcó las coordenadas. Caminó por la costa del río, bajo un sol radiante y rodeado de plantas que parecían más verdes que de costumbre. Estaba tranquilo hasta que escuchó un ruido detrás. Al girar vió que de una planta muy tupida salía un lagarto de dos metros que lo miró fijo unos segundos y luego se zambulló en el agua. Luán sintió una mezcla de miedo y fascinación, los únicos lagartos que había visto eran holográficos.

Luan caminó por donde indicaba el mapa hasta llegar a una zona repleta de altos edificios aún en pie. Decenas de cables cruzaban de lado a lado y las plantas trepadoras los habían usado para elevar sus hojas cada vez más. Luan se movió despacio. Frente a él un gato que caminaba rápido por el centro de la calle abandonada lo miró de reojo. Luan lo siguió de cerca.

Al rato el gato aminoró su andar y, sigiloso, se acercó hasta los oxidados restos de un auto, se agazapó y saltó. Un pájaro, más rápido que el felino, esquivó el ataque y salió volando. Luan alcanzó a ver plumaje azul tornasolado del ave antes de perderla de vista. Este es el mejor día de mi vida, pensó.

Llegó al final de la calle de los rascacielos para encontrar una playa de asfalto y luego el río. En el medio del agua había una pequeña isla artificial con una casa muy antigua frente a la costa. Revisó el mapa y vió que estaba en el punto de las coordenadas. El río debía ser bastante profundo, tenía una intensa corriente y Luan no sabía nadar. Volvió a su casa, cansado, pero con la esperanza intacta.

Aprovechó que su mamá no había llegado y abrió la puerta más alta del placard. En el último estante revisó varias cajas con cosas viejas hasta que encontró una caja de cartón con una etiqueta que decía vacaciones. Al abrir la caja encontró su cocodrilo inflable.

III.

Al otro día Luan se levantó temprano, esperó que su mamá se fuera, se puso las zapatillas más cómodas que tenía y ropa liviana. Armó la mochila con provisiones para el viaje: pinza, cocodrilo inflable, sándwich de salame y lata de gaseosa. Salió de casa, pedaleó hasta el puente, bajó de la bici, la ató y cruzó el alambrado. Repitió el camino del día anterior, ansioso pero a paso firme. Llegó al borde del río, abrió la mochila y sacó la vianda. Comió el sánguche, terminó la gaseosa e infló el cocodrilo. Lo puso en el agua y al subir usó sus manos como remos.

Abajo del agua podían verse las sendas peatonales pintadas en el asfalto que oficiaban de lecho. Los autos sumergidos, al igual que los colectivos, se habían instalado como el nuevo hogar de algas y peces. Pese a la abundancia de chatarra no había basura: la corriente había purificado el río. Como si la inundación se hubiese llevado todo sobrante. El agua, una vez más, se había vuelto el símbolo universal de la purificación. Unos nubarrones surgían en el horizonte, y una pesada gota cayó en la frente de Luan. Apurado por la inminente tormenta, navegó rápido por el río hasta llegar a la isla. Bajó del cocodrilo, lo sostuvo bajo un brazo y corrió hasta la desvencijada casa. Al llegar a la galería, desinfló el cocodrilo, lo dobló y lo guardó en la mochila. Sacó la computadora, secó la pantalla, miró el mapa y confirmó que había llegado.

La puerta de la casona estaba entornada. Luan se asomó, miró por la rendija y vio un gran salón con las paredes cubiertas de bibliotecas abarrotadas de libros. El segundo piso era una galería de balcones internos que daban al salón principal. En el fondo del salón había un escritorio y detrás, un cuadro sobre la pared. Luan tomó coraje, entró y caminó hasta allí. Sobre el escritorio había una vieja computadora, una lámpara de lectura y unos papeles desparramados, todo cubierto por una capa no muy fina de polvo. Apretó el teclado y la pantalla se encendió. La luz del monitor le iluminó la cara. En ese instante una tenue luz iluminó el centro del salón, y allí apareció un holograma bastante simpático, de un conejo en dos patas con saco rojo, monóculo, galera y una pipa de la que salían pequeños dragones de humo. Luan soltó una risa.

Sos gracioso le dijo al conejo que, serio, le pidió que tomara asiento y preparase su computadora para la revancha. Cuando Luan abrió su computadora, el conejo desapareció pero ahora se escuchaba su voz por los parlantes de la antigua computadora. Luan, curioso por la situación, le preguntó al Conejo desde cuándo estaba solo y el conejo le respondió que desde la gran inundación.

Jugaron la revancha sin apuros y Luan pensó esta vez en una estrategia más tradicional: construir una base sólida, explorar el mapa y atacar en busca de una ventaja. La partida se extendió por unos largos treinta minutos, con la iniciativa de los jugadores pasando de uno a otro con el correr del tiempo. La partida se definió por un margen muy pequeño de error. Apenas pudo sacar una ventaja con su ejército, Luan consolidó su juego ya que era experto en micromanagement de unidades. Tras adquirir cierta preponderancia en el tablero, la victoria se volvió inminente y poco después del minuto veintinueve, el conejo se rindió. Luan saltó de su silla y gritó en el festejo como si hubiese habido un gol de su equipo de fútbol. El conejo estaba molesto. Luan, en cambio, rebosaba de felicidad.

Wh1t3 r4331t era una especie de misteriosa celebridad. Todos sabían que era el mejor jugador del país, pero nadie nunca lo había visto. Corrían rumores de todo tipo, desde que era una persona postrada en una cama, hasta que vivía encerrado por sus padres, quienes lo torturaban para convertirlo en un maestro del juego; otros deslizaban la posibilidad de que fuera alguna clase de inteligencia artificial y hasta algunas teorías conspirativas sostenían que se trataba de inteligencia extraterrestre. Luan era, por el momento, el único que sabía el secreto del conejo.

Luán se levantó para recorrer la casa. Algunos lugares estaban averiados por el paso del tiempo y las condiciones climáticas; varias partes estaban derrumbadas y eso había dejado crecer la vegetación en el medio del salón principal. La mitad del techo estaba caída y sólo quedaba la otra mitad compuesta de algunos paneles solares, la fuente de energía de la computadora que albergaba al conejo. La computadora y, por lo tanto, la vida de conejo, seguía activa por pura casualidad.

Luan volvió al salón principal y le preguntó al conejo por la casa, éste le respondió qué había sido construída por un ingeniero que luego falleció en la gran inundación. Desde entonces él había estado solo y en busca de diferentes formas de divertirse, hasta que el aburrimiento del encierro lo había hecho sumarse a la liga. Luan le preguntó cómo había aprendido a jugar tan bien, y el conejo le respondió que lo había logrado al imitar el juego de sus rivales. Una vez que perdía contra cierta clase de estrategia, era difícil que volviera a pasar. El conejo le propuso a Luan que jugaran la última partida, un desempate. Luan dudó pero terminó por aceptar. Sobre el final, y al borde de la derrota, Luan obtuvo el triunfo.Con eso, el conejo estalló de furia: no podía creer que hubiera perdido la serie. Luan le pidió que se calmase, le dijo que no pasaba nada, pero el conejo quería volver a jugar. Luan miró la hora y le dijo que no, que debía volver a su casa antes de que llegara su mamá. Ocultó, como pudo, el incipiente miedo que empezaba a sentir.

Entonces el conejo, en un rapto de furia, trabó la puerta principal y apagó las luces de la casa. No voy a dejar que te vayas, dijo. Luan, asustado, caminó hasta la vieja computadora, buscó el cable principal y la desenchufó. Lo último que escuchó fue un grito del conejo. Luego, con paciencia, abrió el gabinete, sacó el disco rígido, lo cubrió con un plástico y lo guardó en su mochila.

IV.

A la mañana siguiente Luan se levantó, fue a la cocina y preparó el desayuno. Su mamá salió rápido para el trabajo y él se sentó en la punta de la mesa con una tostada y un café. Del otro lado de la mesa, el conejo le preguntó si ya estaba listo para jugar la siguiente partida.