La historia de Hoichi, el Desorejado
Lafcadio HearnHace más de setecientos años, en Dan-no-ura, en los estrechos de Shimonoseki, se libró la última batalla en la larga lucha entre los Heike, o clan Taira, y los Genji, o clan Minamoto. Fue ahí donde los Heike fueron aniquilados, con sus mujeres y niños y su emperador niño–hoy recordado como Antoku Tenno. Y el mar y la orilla llevan setecientos años hechizados... En otra historia os hablé ya de los extraños cangrejos que se encuentran allí, llamados cangrejos Heike, que tienen caras humanas en sus dorsos y se dice que son espíritus de guerreros Heike. [1] Pero hay muchas cosas extrañas que ver y oír a lo largo de esa costa. En noches oscuras miles de fuegos fatuos flotan sobre la playa, o revolotean sobre las olas–luces pálidas que los pescadores llaman Oni-bi, o fuegos endemoniados, y, siempre que se levantan los vientos, se oye un griterío que surge del mar, como el clamor de una batalla.
Años atrás los Heike eran mucho más revoltosos de lo que son hoy. Solían asaltar los barcos que pasaban de noche con intención de hacerlos naufragar, y siempre vigilaban si había nadadores para hundirlos en las aguas. Fue precisamente para apaciguar a los difuntos que se construyó el templo budista de Amidaji en Akamagaseki. [2] También se construyó un cementerio, cerca de la playa; en él se erigieron monumentos inscritos con los nombres del emperador ahogado y de sus grandes vasallos y se ofrecieron servicios budistas regularmente, a cuenta de sus espíritus. Después de que se construyera el templo y se erigieran las tumbas, los Heike dieron menos problemas que antes, si bien continuaron haciendo cosas raras de tanto en tanto–demostrando así que no habían encontrado la paz perfecta.
Hace algunos siglos vivía en Akamagaseki un hombre ciego llamado Hoichi, que era famoso por su habilidad en el recitado y como instrumentista de biwa. [3] Desde su infancia había recibido formación para recitar y tocar, y siendo aún un muchacho superaba ya a sus maestros. Como biwa-hoshi profesional se hizo especialmente famoso por sus recitales sobre la historia de los Heike y los Genji y se decía que cuando cantaba la canción de la batalla de Dan-no-ura “ni siquiera los duendes kijin podían contener las lágrimas”.
Al inicio de su carrera, Hoichi era muy pobre pero encontró un buen amigo que le ayudó. El sacerdote de Amidaji era un gran aficionado a la poesía y la música, y solía invitar a Hoichi al templo para que tocara y diera recitales. Más adelante, muy impresionado por la maravillosa pericia del muchacho, el sacerdote le propuso a Hoichi que hiciera del templo su hogar y su oferta fue aceptada con gratitud. Se le dio a Hoichi una habitación en el edificio del templo y, a cambio de comida y alojamiento, sólo se le pidió que complaciera al sacerdote, ofreciéndole una actuación musical en ciertas noches cuando no tuviera otros compromisos.
Una noche de verano el sacerdote tuvo que acudir a celebrar una ceremonia budista en la casa de un parroquiano fallecido y se llevó a su acólito, dejando solo a Hoichi en el templo. Era una noche calurosa y el ciego se propuso aliviar el calor con el frescor de la galería que había delante de su dormitorio. La galería daba a un pequeño jardín en la parte trasera del templo de Amidaji. Ahí Hoichi esperó a que el sacerdote volviera e intentó mitigar su soledad practicando con su biwa. Pasó la medianoche y el sacerdote no aparecía. El aire en el interior era aún muy cálido, como para sentirse a gusto, y Hoichi permaneció en el exterior. Al fin oyó pasos acercándose a la puerta trasera del jardín. Alguien cruzó el jardín, avanzó hasta la galería y se paró directamente delante de él, pero no era el sacerdote. Una voz profunda pronunció el nombre del ciego, con aspereza y descortesía, con el tono del samurái que ordena a un subordinado que se presente:
–¡Hoichi!
–¡Hai!–, contestó el ciego, asustado por el tono amenazador de la voz.–¡Estoy ciego! ¡No puedo saber quién me llama!
–No hay nada que temer–exclamó el extraño, hablando más amablemente. –Estoy alojado cerca de este templo y me han enviado para darte un mensaje. Mi señor actual, una persona de altísimo rango, se aloja en Akamagaseki, con un gran séquito de nobles. Deseaba ver la escena de la batalla de Dan-no-ura y hoy ha visitado ese lugar. Habiendo oído hablar de tu destreza para recitar la historia de la batalla, desea oír tu recital ahora, así que toma tu biwa y ven conmigo de inmediato a la casa donde la augusta asamblea te espera.
En aquellos tiempos, no se desobedecía la orden de un samurái a la ligera. Hoichi se puso las sandalias, tomó su biwa y se marchó con el extraño, que lo guiaba hábilmente pero lo obligaba a andar muy rápido. La mano que lo guiaba era de hierro y el sonido metálico del paso del guerrero indicaba que estaba armado de pies a cabeza–era probablemente algún guardia de servicio. La alarma inicial que sintió Hoichi se disipó: empezó a imaginarse que tenía buena suerte ya que al recordar las palabras del recadero sobre ‘una persona de altísimo rango’ pensó que el señor que quería oír el recital no podía ser menos que un daimyo de primera clase. Al poco el samurái se detuvo y Hoichi notó que habían llegado a un gran portal y se preguntó a cuál, ya que no podía recordar que hubiera una puerta grande en esa parte de la ciudad, excepto la principal de Amidaji. “¡Kaimon!” [4] voceó el samurái, y se oyó el ruido que produce una tranca al ser retirada y los dos entraron. Atravesaron un espacio de jardín y se detuvieron de nuevo delante de otra entrada y el recadero gritó en voz alta “¡Los de ahí dentro! ¡He traído a Hoichi!”. Se oyó entonces ruido de pasos apresurados y de pantallas que se deslizaban y puertas que se abrían, y voces femeninas que conversaban. Por el lenguaje de las mujeres Hoichi supo que eran sirvientas en alguna casa noble pero no podía imaginar a qué lugar lo habían conducido. Tuvo poco tiempo para especular. Después de que lo ayudaran a subir varios peldaños de madera, y que le dijeran al alcanzar el último que dejara allí sus sandalias, una mano de mujer lo guió a lo largo de interminables tramos de madera pulida, resiguiendo tantos ángulos marcados por columnas que no podía recordarlos, y sobre asombrosas extensiones de suelo forrado de esteras hasta el centro de un vasto apartamento. Le pareció que había allí reunidas muchas personas: el susurro de la seda era como el de las hojas en un bosque. Oyó también un gran cuchicheo de voces hablando en voz baja usando el habla de la corte.
Se le dijo a Hoichi que se pusiera cómodo y encontró un cojín para arrodillarse preparado para recibirlo. Tras acomodarse y afinar su instrumento, una voz de mujer, que supuso sería la de la Rojo o matrona a cargo del servicio doméstico, se dirigió a él diciéndole:
–Se te pide que recites la historia de los Heike acompañado de la biwa.
El recital entero ocupaba muchas noches de modo que Hoichi se atrevió a preguntar:
–Dado que lleva tiempo recitar toda la historia, ¿qué parte les gustaría oír a vuecencias?
La voz de la mujer replicó:
–Recita la historia de la batalla de Dan-no-ura, ya que en ella se haya la compasión más profunda. [5]
Hoichi alzó entonces la voz y entonó el canto de la lucha en el amargo mar, replicando maravillosamente con su biwa el sonido de los remos en tensión y de los barcos deslizándose sobre el agua, el zumbido de las sibilantes flechas, el griterío y el ruido de las pisadas de los hombres, el estrépito del acero sobre los cascos, el chapoteo de los cadáveres arrojados al agua. A diestra y siniestra, en las pausas de su recitado, podía oír murmullos de admiración: “¡Qué artista tan maravilloso!”, “nunca ha habido en nuestra provincia nadie igual!”, “¡en todo el imperio no hay otro cantante como Hoichi!” Esto lo animó, y tocó y cantó incluso mejor que antes y el maravillado silencio se hizo aún más profundo en torno a él. Cuando al fin llegó al punto en que se narraba el destino de las bellas y de los inocentes–el triste perecer de las mujeres y los niños–y el salto mortal al agua de Nii-no-Ama con el infante imperial en sus brazos, entonces dieron los oyentes un largo, largo estremecedor grito de angustia y a continuación lloraron y se lamentaron en voz tan alta y con tal descontrol que el ciego tuvo miedo de la violencia y de la pena que había desatado. Los llantos y los lamentos continuaron durante largo tiempo. Gradualmente, sin embargo, las lamentaciones se apagaron y, de nuevo, en la gran calma que se impuso, Hoichi oyó la voz de la mujer que suponía era la Rojo. Ella dijo:
–Aunque nos habían asegurado que eres tocas la biwa con gran arte y que no tienes equivalente en el recitado, no sabíamos que se podía ser tan diestro como tú has demostrado ser esta noche. A nuestro señor le complace decir que tiene la intención de otorgarte una recompensa a la altura de tus méritos. Desea, sin embargo, que actúes de nuevo ante él cada noche durante las seis siguientes, después de lo cual probablemente emprenderá su viaje de regreso. Mañana por la noche, por lo tanto, debes presentarte aquí a la misma hora. El servidor que te condujo esta noche hasta aquí te irá a recoger. Hay otro asunto del cual debo informarte. Se te exige que no hables con nadie de tus visitas aquí mientras dure la estancia de nuestro augusto señor en Akamagaseki. Como está viajando de incógnito, [6] ordena que no se haga mención alguna de todo esto... Eres libre de volver a tu templo.
Después de que Hoichi diera las gracias debidamente, una mano de mujer lo condujo a la entrada de la casa, donde el mismo sirviente que lo había guiado antes, lo esperaba para llevarlo a casa. El sirviente lo dejó en la galería de la parte trasera del templo y se despidió de él.
Era casi el alba cuando Hoichi regresó pero su ausencia había pasado desapercibida ya que el sacerdote, que volvió a una hora muy tardía, lo creía dormido. Durante el día Hoichi pudo descansar algo y no dijo nada sobre su extraña aventura. En medio de la noche siguiente el samurái vino de nuevo a por él y lo condujo ante la augusta asamblea, donde dio otro recital con el mismo éxito obtenido por su actuación anterior. No obstante, se descubrió accidentalmente su ausencia del templo durante esta segunda visita y tras su regreso por la mañana se le ordenó presentarse ante el sacerdote, quien le dijo en un tono de afable reproche:
–Hemos estado muy preocupados por ti, amigo Hoichi. Salir, ciego y solo, a una hora tan intempestiva es muy peligroso. ¿Por qué te marchaste sin decírnoslo? Habría podido ordenar a un sirviente que te acompañara. ¿Y dónde has estado?
Hoichi contestó de modo evasivo...
–¡Perdón, mi amable amigo! Tuve que solucionar un tema privado y no podía hacerlo a ninguna otra hora.
El sacerdote se sintió sorprendido más que dolido por la reticencia de Hoichi; sentía que era impuesta y sospechó que algo andaba mal. Temía que el muchacho ciego hubiera sido embrujado o engañado por espíritus malignos. No hizo más preguntas pero ordenó en secreto que los sirvientes del templo vigilaran los movimientos de Hoichi y que lo siguieran en caso de que dejara el templo tras la caída del sol.
La noche siguiente vieron a Hoichi dejar el templo y los sirvientes inmediatamente encendieron sus faroles y lo siguieron. Era una noche lluviosa y muy oscura y antes de que la gente del templo pudiera llegar al camino Hoichi había desaparecido. Obviamente andaba muy rápido–cosa rara teniendo en cuenta su ceguera y dado el mal estado del camino. Los hombres se dispersaron por las calles preguntando en cada casa que Hoichi solía visitar pero nadie les pudo dar noticias de él. Al final, al volver al templo por la orilla, se sobresaltaron al oír la biwa, tocada con brío, en el cementerio de Amidaji. Excepto por la presencia de algunos fuegos fatuos, que habitualmente revoloteaban por allí en noches oscuras, todo era oscuridad en esa dirección. Los hombres en seguida corrieron al cementerio y con ayuda de sus faroles descubrieron a Hoichi... sentado solo bajo la lluvia ante la tumba de Antoku Tenno, haciendo resonar su biwa, y cantando a todo volumen el canto de la batalla de Dan-no-ura. Detrás de él y a su alrededor y por todas partes sobre las tumbas los fuegos fatuos ardían como velas. Nunca antes se había visto ningún hombre mortal tal multitud de Oni-bi...
–¡Hoichi San! ¡Hoichi San!–, gritaron los sirvientes,–¡estás embrujado! ¡Hoichi San!
Pero el ciego no parecía oír. Empleaba toda su energía en hacer repiquetear, resonar y retumbar su biwa y recitaba el canto de la batalla de Dan-no-ura cada vez más exaltado. Lo cogieron y le gritaron al oído:
–¡Hoichi San! ¡Hoichi San! Ven con nosotros a casa en seguida.
Él les respondió regañándolos:
–No toleraré que se me interrumpa de este modo delante de esta augusto público.
Pese a lo extraño del asunto los sirvientes no pudieron evitar reírse. Seguros de que había sido embrujado lo cogieron a la fuerza y lo pusieron de pie y lo llevaron al templo a rastras; allí le quitaron de inmediato sus ropas mojadas, por orden del sacerdote. Éste exigió entonces una explicación detallada de la conducta asombrosa de su amigo.
Hoichi dudó si hablar o no. Al final, dándose cuenta de que su conducta había alarmado y enfadado al buen sacerdote decidió dejar de lado sus reservas y le relató todo lo que había sucedido desde el momento de la primera visita al samurái.
El sacerdote dijo:
–“Hoichi, mi pobre amigo, ¡estás ahora en gran peligro! ¡Qué triste que no me hayas dicho esto antes! Tu maravillosa destreza musical te ha creado sin duda un extraño problema. A estas alturas ya debes saber que no has estado visitando una casa cualquiera sino que has estado pasando tus noches en el cementerio entre las tumbas de los Heike y fue ante el cenotafio de Antoku Tenno que nuestra gente te encontró esta noche, sentado bajo la lluvia. Todo lo que has estado imaginando es una ilusión, excepto la llamada de los muertos. Al obedecerlos te has puesto en sus manos. Si los obedeces de nuevo, después de lo que ha ocurrido, te destrozarán. Te habrían destrozado más tarde o más temprano en cualquier caso... No podré quedarme a tu lado esta noche; me han llamado para conducir otro servicio. Antes de que me vaya será necesario proteger tu cuerpo escribiendo textos sagrados sobre él.
Antes del anochecer el sacerdote y su acólito desnudaron a Hoichi y con sus pinceles trazaron el texto de la sutra sagrada llamada Hannya-Shin-Kyo [7] sobre su pecho y espalda, cabeza y rostro y cuello, extremidades y manos y pies, incluso sobre las plantas de los pies y todas las otras partes de su cuerpo. Al acabar, el sacerdote le dio a Hoichi las siguientes instrucciones:
–Esta noche, tan pronto como me vaya, tienes que sentarte en la galería y esperar. Te llamarán. Pero, pase lo que pase, no contestes y no te muevas. No digas nada y quédate quieto sentado, como si meditaras. Si se mueves o haces cualquier ruido te destrozarán. No te asustes y no pidas ayuda porque nadie puede salvarte. Si haces exactamente lo que te digo el peligro pasará y ya no tendrás nada más que temer.
Después del crepúsculo el sacerdote y su acólito se marcharon y Hoichi tomó asiento en la galería, según las instrucciones recibidas. Dejó la biwa a su lado sobre el suelo de tablones y adoptando la postura propia para meditar permaneció quieto, cuidándose de no toser o respirar demasiado fuerte. Estuvo así durante horas.
Se oyeron entonces pasos que provenían del camino. Traspasaron la puerta, cruzaron el jardín, se acercaron a la galería y se detuvieron... directamente frente a él.
–¡Hoichi!–, llamó la voz profunda. El ciego, sin embargo, contuvo la respiración y permaneció sentado inmóvil.
–¡Hoichi!–, llamó de nuevo la severa voz. Y una tercera vez, con tono brutal:
–¡Hoichi!–
Hoichi permaneció quieto como una piedra y la voz gruñó:
–¡No responde! Esto no puede ser... ¡Tengo que ver dónde está ese tipo!
Se oyó el ruido de pasos pesados que se encaramaban a la galería. Los pies se aproximaron con determinación y se pararon ante él. Entonces, durante largos minutos–en los cuales Hoichi sintió que todo su cuerpo temblaba al son del latido de su corazón–hubo un silencio absoluto.
Al fin la áspera voz murmuró muy cerca de él:
–Aquí está la biwa pero del músico sólo quedan... a ver... ¡dos orejas! Eso explicaría por qué no ha contestado: no tiene boca con qué hacerlo–no queda nada de él excepto las orejas... Pues le llevaré las orejas a mi señor en prueba de que sus augustas órdenes han sido obedecidas hasta donde ha sido posible...
En ese instante Hoichi sintió como unos dedos de hierro agarraban sus orejas ¡y las arrancaban! Pese al profundo dolor no se quejó. Los pesados pasos retrocedieron siguiendo la galería, descendieron al jardín, pasaron al camino y cesaron. El ciego podía sentir que, de cada lado de su cabeza, fluía algo cálido pero no se atrevió a levantar las manos...
El sacerdote regresó antes del amanecer. Corrió a la galería trasera, pisó algo húmedo y resbaló y dio un grito de horror ya que vio a la luz del farol que la sustancia húmeda era sangre. Vio también a Hoichi sentado, aún en actitud de meditar, con la sangre manando de sus heridas.
–¡Mi pobre Hoichi!–, dijo el sacerdote sobresaltado,–¿qué es esto?... Te han herido.
Al oír el sonido de la voz de su amigo el ciego se sintió a salvo. Rompió a llorar y entre lágrimas narró su aventura nocturna.
–¡Pobre, pobre Hoichi!–, exclamó el sacerdote,–¡Es todo culpa mía! ¡He cometido un grave error!... He escrito los textos sagrados por todo tu cuerpo, ¡menos sobre las orejas! Le confié esa tarea a mi acólito y me equivoqué al no comprobar que lo había hecho... Bien, el asunto no tiene arreglo; tan sólo cabe esperar que tus heridas sanen lo antes posible... ¡Alégrate amigo! Ya ha pasado el peligro. Nunca más te molestarán esos visitantes.
Con ayuda de un buen doctor, Hoichi se recuperó pronto de sus heridas. La historia de esta extraña aventura se divulgó por un amplio territorio y pronto le dio fama. Muchos nobles acudieron a Akamagaseki para oírlo recitar y recibió muchos regalos en metálico, así que llego a ser un hombre rico... Desde la época de su aventura, no obstante, se lo conoció por el apelativo de Mimi-nashi-Hoichi: ‘Hoichi, el Desorejado’
***
Notas del autor:
1. Véase en mi Kotto una descripción de esos curiosos cangrejos.
2. O Shimonoseki. La ciudad se conoce también por el nombre de Bakkan.
3. La biwa, una especie de laúd de cuatro cuerdas, se usa principalmente para acompañar un recitado. Antiguamente los juglares profesionales que recitaban el ciclo de los Heike y otras historias trágicas recibían el nombre de biwa-hoshi o ‘sacerdotes del laúd’. El origen de este apelativo no está claro pero es posible que fuera inspirado por el hecho de que los ‘sacerdotes del laúd’ lo mismo que los ciegos dedicados a lavar cabezas llevaban el cráneo afeitado, al igual que los sacerdotes budistas. La biwa se toca con una especie de púa, llamada bachi, habitualmente hecha de cuerno.
4. Un término respetuoso que se refiere a la apertura de una puerta. Lo usaban los samurái al pedirles a los guardias de servicio en la puerta de un señor permiso para entrar.
5. O la expresión podría traducirse como ‘porque la pena de esa parte es la más profunda’. La palabra japonesa usada en el original es ‘consciencia’.
6. ‘Viajar de incógnito’ es como mínimo el sentido del original ‘hacer un augusto viaje encubierto’ (shinobi no go-ryoko).
7. La Sutra Meno Pragna-Paramita-Hridaya recibe ese nombre en japonés. Tanto la sutra menor como la mayor llamada Pragna-Paramita (‘Sabiduría Transcendente’) han sido traducidas por el profesor Max Müller y se pueden hallar en el volumen XLIX del los Sagrados Libros de Oriente (Buddhist Mahayana Sutras). En cuanto al uso mágico del texto, tal como se describe en esta historia, es interesante señalar que el tema de la sutra es la Doctrina del Vacío de las Formas, es decir, del carácter irreal de todo fenómeno o ‘noumena’... “La forma es el vacío y el vacío es la forma. El vacío no es distinto de la forma, la forma no es distinta del vacío. Lo que es la forma, eso es el vacío. Lo que es el vacío, eso es la forma. La percepción, el nombre, el concepto y la sabiduría son también vacío... No hay ojo, oreja, nariz, lengua, cuerpo y mente... Pero cuando se ha eliminado el envoltorio de la consciencia, entonces el que busca se libera de todo miedo, y a salvo de todo cambio, disfruta del Nirvana final”.