Interferencia metafísica
Juan RuoccoI.
Cuando el dalai lama muere su cuerpo debe reposar unos días según lo indica el canon del budismo tibetano. Para esta escuela, el maestro es una encarnación de Avalokitesvara, una de las manifestaciones de buda que, pese a haber alcanzado la liberación del samsara y de la rueda del dharma, regresará a la tierra hasta que el último de los seres sintientes logre la iluminación. Sólo una vez resuelta la transmigración del Buda hacia un nuevo cuerpo, el difunto puede ser depositado en reposo definitivo. Si bien los rituales otorgan instrucciones precisas tanto para el entierro como para el reconocimiento del futuro lama, nada hay escrito acerca de lo que sucede, en el plano metafísico, durante el tiempo que transcurre entre la muerte del maestro y la manifestación de su sucesor.
II.
El proceso en la dimensión espiritual dependía de la oficina de asuntos transmigracionales, un ente burocrático semi eterno dedicado a la relocación de todas las reencarnaciones del universo. El día de la muerte del último lama, el organismo estaba en plena crisis y los espíritus a cargo de la transmigración del patriarca estaban en paro. Los trabajadores pretendían una reducción de la jornada laboral, que en ese momento constaba de mil millones de años terrestres, y la gerencia se negaba a sentarse a negociar porque consideraba el paro un recurso extorsivo.
Mientras el tiempo transcurría en la tierra y los lamas comenzaban a desesperarse ante la ausencia de su líder supremo, el directorio del organismo decidió en forma unilateral suplantar a los trabajadores con un joven inexperto recién egresado de la escuela superior de transmigraciones metafísicas. Así fue como Onh Pang Huk, un espíritu tibetano de tan sólo un millón de años, quedó a cargo de guiar al espíritu de Avalokitesvara hacia un nuevo cuerpo. Lo que la gerencia desconocía era que, a pesar de ser el mejor promedio de toda la academia, Onh tenía ciertas inclinaciones revolucionarias, a las que había adscripto por influencia de a un grupo de estudio sobre “El Capital”, al que había ingresado en un intento por seducir a una compañera de curso.
Ella, en pareja con un espíritu mayor, un docente de la escuela y comunista declarado, ni llegó a registrar la presencia de Onh. El amor no prosperó, pero sí lo hizo en él un sentimiento revolucionario. Por eso, en su primer día de trabajo, el joven espíritu decidió conmover el sistema de jerarquías divinas desde sus mismos cimientos. Al momento de efectuar la transmigración del difunto lama, sin pensarlo demasiado, Ohn cambió el destinatario que se había sido establecido en un férreo protocolo.
III.
A Jimena la habían educado desde muy chica para ser modelo y esto se debía a dos razones: a que era muy linda y a que la consideraban estúpida. Aunque fuera ella misma la primera en conocer sus limitaciones cognitivas, a Jimena le molestaba que la trataran de idiota. Sin embargo, resolvió hacer de su debilidad una virtud y así irrumpió en el mundo de la televisión donde la estupidez se celebra como un don apreciable. De la mano de diferentes productores, Jimena alcanzó el éxito y recorrió el mundo. A cambio de esto, sólo tenía que jugar el rol de la estúpida que todos esperaban que fuera.
Esa mañana, una Jimena concentrada en pronunciar bien lo que leía en el videograf —ya que el secreto de su éxito era leer con énfasis y mantener una buena postura— sintió de repente que toda la sabiduría del universo habitaba en su mente y, con una abrumadora compasión por todos los seres vivos del universo, comprendió que su misión en la Tierra no era otra que la de llevar a la iluminación a cada ser sintiente. Descubrió entonces que la autopercepción de la personalidad e identidad eran meras ilusiones y el origen de todo sufrimiento. Accedió así a los que los tibetanos llaman la “naturaleza de la mente”, la conciencia limpia y en estado puro. La mera existencia, la esencia real desprendida de cualquier clase de deseo.
En un instante accedió a la fuente eterna del conocimiento, al origen de todo aquello que durante siglos buscaron los místicos, los sabios y los poetas. Roto el velo de la realidad, el mundo era una mera ilusión y detrás de él no había nada: ese vacío era paz.
Cuando Jimena se levantó de su asiento y abandonó el estudio de televisión, los productores intentaron detenerla pero no lo lograron. Caminó hasta su casa, se desvistió, se cortó el pelo y tiró a la basura el teléfono que no dejaba de sonar. Desnuda, caminó hasta el parque Saavedra donde encontró un gran gomero, debajo del cual se sentó para de inmediato cerrar los ojos y ponerse a meditar.
IV.
En el plano metafísico, el caos era total. Los gerentes amenazaron con borrar de la existencia a un Ohn que, sin embargo, mostraba gran tranquilidad. Ante cada amenaza, el joven respondía con la frase “nada escapa a la voluntad de lo uno”, hasta que le llegó una orden directa de “él”: la de presentarse cuanto antes en el salón conocido como Nirvana. Ohn caminó por un largo pasillo acompañado por los gerentes y se detuvo ante una inmensa puerta de madera con el símbolo, grabado, del timón que representa al Samsara. Ohn miró el grabado con atención y en un instante pudo ver los eones del universo, el ciclo de las reencarnaciones de cada persona y cada manifestación del buda. Cuando la puerta se abrió, los gerentes saludaron a Ohn haciendo con sus manos el signo universal de la paz y le señalaron la entrada.
Ohn, al entrar, sintió como su frágil conciencia individual, que lo mantenía diferenciado del resto de los seres espirituales, se extinguía en la conciencia del todo y se unía con la del buda para volverse parte de lo absoluto. Buda habló, o más bien completó un monólogo interno que lo que alguna vez había sido Ohn pudo comprender. Con eso, el joven entendió que si bien su actitud había sido temeraria no escapaba a la voluntad del todo, ya que ninguna acción individual puede cambiar el propósito supremo: la iluminación de todos los seres y la extinción del sufrimiento. Con ese último atisbo de conciencia, se extinguió en él todo lo que lo definía y separaba de los demás: sintió que él ya no existía, ni buda, ni nada. Después ya no sintió.
V.
Durante su meditación Jimena se encontró con que su espíritu se había unificado con el de buda. Entendió su rol en el karma cósmico y comprendió la raíz de su sufrimiento. Se dió cuenta de que durante años había sido un producto, una simple mercancía. Que había vivido como los demás esperaban y no como ella hubiese querido. Para tener trabajo en la televisión tenés que ser flaca, le habían dicho y nunca pesó más de cincuenta kilos, aunque tuviese que obligarse a vomitar después de cada comida. Cuando se ponía muy delgada, la reprendían, y entonces dejaba de vomitar por un tiempo para recuperar peso. En cambio, si se pasaba un kilo se sentía obesa y volvía a vomitar.
Jamás le dijo que no a un productor cuando le pedían sexo a cambio de trabajo. Tampoco se quejó cuando un directivo del canal le propuso hacer una “fiesta” con un amigo y luego resultó que eran cinco. Ni cuando la filmaban con los teléfonos mientras le acababan en la cara. Nunca se quejó por el sueldo ni rechazó una línea de merca en una fiesta de trabajo, aunque le sacara las ganas de dormir y al día siguiente le doliera la cabeza.. A veces, cuando se angustiaba, llamaba a un psiquiatra que era amigo de un productor que le mandaba una moto con una receta de clonazepam. Se tomaba uno y adiós angustia.
Abrió los ojos y vió que no estaba sola, sino rodeada por un millón de cámaras que no dejaban de grabarla. Una avalancha de noteros se le fue encima y la acribilló a preguntas: “¿qué pasa Jimena?”, “¿te sentís bien?”, “¿tomaste algo?”, “¿necesitás ayuda?”... Se había convertido en el centro de toda la televisión.
Entonces, la profunda compasión mutó en verdadero odio. Se incorporó y notó que, con solo pensarlo, podía despegar los pies del suelo y flotar en el aire. La fuerza de gravedad ya no la retenía. Frente a todas las cámaras, remontó vuelo y se elevó hasta las nubes. Entendió que las fuerzas de las naturaleza, eran una ilusión, que la realidad era un límite en la mente. Miró la palma de sus manos y al pensar en fuego todo su cuerpo se convirtió en una antorcha.
En el canal, el gerente de programación sintió la voz de Jimena en su cabeza y pensó que estaba loco; llamó a su secretaria a los gritos, pero la voz seguía ahí. Sintió un estruendo y vió una explosión: el techo del canal volaba por el aire. Mientras el fuego le comía la carne sintió terror, y fue lo último que pudo sentir. Suspendida en el cielo, rapada y con las manos en llamas, estaba Jimena.
VI.
Las otrora altivas instalaciones del canal eran ahora una pila de escombros que parecían los restos de un atentado terrorista. Los cascotes y hierros retorcidos se confundían con los cuerpos de los productores, gerentes y cada uno de los que se habían aprovechado de Jimena, todo consumido en una pira que no dejaba de arder mientras el olor a carne cocida inundaba la zona. En vano intentaron los bomberos apagar el fuego. Las llamas no cedieron ni un ápice y al parecer, no lo harían por un buen rato.
Jimena abrió los ojos en el pico de la montaña más alta de la Tierra donde se sentó a meditar por, lo que le pareció, una eternidad. En el transcurso del fluir de la conciencia descubrió que, tarde o temprano, el odio iba a terminar por consumirla a ella misma y supo que no quería, ni necesitaba, semejante poder. Con un leve soplido exhaló el espíritu de Avalokiteśvara que volvió a la dimensión espiritual. Buda le agradeció. Después de haber llorado un poco, Jimena se sintió bien consigo misma y emprendió, a paso tranquilo, el descenso de la montaña.