I.
Cuando el primer habitante de lo que terminó por ser el barrio de Agronomía llegó al lugar, se encontró con que una frondosa deidad hacía crecer la vegetación por todos lados; lo que chocaba de frente con sus intenciones civilizatorias. Ante cada ladrillo puesto, la deidad respondía con una enredadera, y cada camino, se cubría de hierba por la noche. Toda obra realizada por la mano del hombre, en poco tiempo era ganada por alguna clase de planta. La vida, así, era imposible.
Sin remedio, el colono recurrió a las artes oscuras, tendió una trampa a la noble deidad y, en cuanto pudo, la asesinó. Luego, asesorado por un experto nigromante, realizó un oscuro ritual para cerciorarse de que el ser divino no volviera a la vida. Lo descuartizó y enterró por separado, en cada punta del barrio, cabeza, torso y extremidades.
Para hacer permanente el sello espiritual, el nigromante le proveyó de tres guardianes de piedra que garantizarían la eterna permanencia de la deidad en la esfera del averno. Se trataba de tres pequeños gnomos de jardín, y a cambio, el colono debió entregar a sus dos hijos que, al poco tiempo, terminaron por morir para alimentar con su sangre al nigromante.
El colono, atormentado por su pacto infernal, se quitó la vida, y así fue como la historia de los tres gnomos guardianes se perdió para siempre.
II.
Estaba sin trabajo, hasta que un amigo me dio una mano y me consiguió un freelo en un diario digital. No me pagaban un mango pero al menos era laburo. La primera noticia que me tocó cubrir fue un asesinato. Alejandra Pisano, 34 años, actriz y enana. Apareció muerta en su casa de la calle Gutenberg, entre Bolivia y Condarco.
Por las singulares características del caso, el barrio se agitó.
En cuanto al crimen, la puerta de la casa de Pisano estaba cerrada con llave, y la mujer tenía una tijera de podar clavada en medio del pecho. El charco de sangre que la rodeaba había pasado por abajo de la puerta y llegado hasta el pasillo. Los vecinos, asustados, llamaron a la policía. Según el informe forense, Pisano llevaba cerca de un día muerta. El dato extraño del caso es que junto al cuerpo había un enano de jardín.
El título de mi artículo era cantado: “El crimen del jardinero”, ya que para mi editor resultaba evidente que alguien de ese gremio estaba involucrado en el asunto. Días más tarde, en declaraciones a algunos periodistas, la hermana de la víctima dijo que Alejandra no tenía en su casa enanos de jardín. Esto aumentó la suspicacia. ¿Por qué el asesino había dejado un enano de jardín?, ¿era un “mensaje encubierto”?, ¿para quién? Además de las particulares características del caso, la facultad de Agronomía estaba a muy pocas cuadras del edificio. Los artículos de jardinería presentes en la escena y la cercanía con la universidad, llevaron a la opinión pública a considerar que el asesino, o bien debía ser jardinero, o bien trabajar en el predio de la facultad. De acuerdo al “humor social” y a la presión de los medios, la policía enfocó la investigación en ese sentido. Daba la impresión de que el crimen se resolvería pronto gracias a las obvias conexiones entre el modus operandi y el gremio de la jardinería, pero pese a los intentos de la policía de unir ambos elementos, el nexo jamás pudo ser demostrado.
La presencia del enano de jardín en la escena del crimen era la incógnita principal. Cuando parecía que la noticia estaba agotada, Carlos Ramos, vecino del PH de Alejandra, apareció muerto con otro par de tijeras clavadas en el pecho. A esa altura del caso, yo era el único periodista que quedaba de guardia y, por lo tanto, el primero en acceder a la noticia. Pero el condimento especial para que el caso volviera a ocupar el centro de atención fue que la policía volvió a encontrar junto al cuerpo un enano de jardín. La cantidad de medios que llegaron al lugar desbordó a la policía, que debió establecer un estricto control de la zona. El director del diario me pidió que hiciera guardia hasta nuevo aviso ya que nuestro sitio había dado la primicia de este segundo homicidio y él estaba dispuesto a sacarle el mayor rédito posible a la noticia. Al día siguiente, mi nota fue la principal: “El jardinero ataca de nuevo”, título que parecía salido de una película clase B.
Mientras los medios estaban convencidos de hallarse en presencia de un asesino serial, por el barrio empezó a correr un rumor diferente que escuché mientras esperaba mi sánguche de milanesa en la rotisería de Helguera y Gutenberg. Una señora le contaba a otra que su hijo tenía un amigo que vivía en el PH de “la enana” y que juraba haber visto que el gnomo se movía. De inmediato, por reflejo, la interrumpí y le pedí el teléfono del hijo. La señora me preguntó quién era, y en cuanto le dije periodista se entusiasmó. Me preguntó de qué canal y le dije que era del diario, me preguntó de nuevo de qué canal. Era evidente que no entendió bien lo que le dije. Así y todo me dio el número de su hijo y me preguntó a qué hora saldría por la tele. Para sacármela de encima le dije que mirara el noticiero de la medianoche y salí de la rotisería con el sánguche mientras la señora se floreaba con las amigas de lo famoso que iba a ser su hijo. El pibe se llamaba Gonzalo, hablé un rato con él y le saqué el número de su amigo, Martín Echeverría. Los dos tenían más o menos mi edad.
Llamé a Martín, quedamos en encontrarnos en su casa después de mediodía. Aproveché para terminar el sánguche y dar una vuelta un rato por el barrio. Cerca de la hora indicada, crucé el perímetro policial y llegué a la puerta del PH. Un cabo de la Policía impedía el paso.
— Periodistas no —dijo.
— Soy amigo de Martín Echeverría, vive en el “C”.
— ¿Tu nombre?
— Cristian.
— ¿Cristian qué?
— Cristian Farfán.
El cabo tocó el timbre correspondiente y esperó hasta que por el portero eléctrico se escuchó una voz; él preguntó si me conocía y la voz respondió que sí. Dijo:
— Pasá.
Caminé hasta el fondo del pasillo; Martín abrió la puerta, me saludó y me hizo pasar rápido. Parecía un pibe normal, con remera de Hermética y el pelo largo, pero con un ojo para cada lado. No terminar de entender para dónde miraba me desesperaba un poco. Arriba de la mesa había un mate y un cenicero con un porro a medio fumar.
— ¿Cristian no? — El mismo.
— ¿Todo bien?
— Sí, laburando... ¿Vos qué onda?
— Y, medio encerrado... hay ratis por todas partes.
— Sí, mal.
Martin levantó lo que quedaba del porro:
— ¿Fumás? — dijo.
— Sí, dale.
Di unas secas y el porro, un paraguayo gomoso y pegador, me dejó bastante loco. Para no olvidarme, saqué el grabador y lo dejé en la mesa.
— ¿Te molesta si lo prendo? Sino con esta locura después me olvido de todo.
Para mí cualquier excusa es buena para usar el grabador. — Dale, no pasa nada.
— Bueno, Gonzalo me dijo que viste algo... contame.
— Mirá, la noche que mataron a Alejandra, escuché algo pesado y como macizo que se arrastraba por el piso. Después, por las noticias, me di cuenta de que era el enano. Lo loco es que anoche escuché lo mismo, pero sin pasos de personas, ¿me explico?
— ¿Suelen escucharse?
— ¿Qué cosa?
— Los pasos.
— Ah, sí, que boludo. Sí, cuando Alejandra estaba viva yo la escuchaba todo el tiempo. Cogía bastante.
— ¿Posta?
— Sí, en serio, pero bocha eh... una o dos veces por día, mínimo.
— Qué levante.
Le di una seca a la tuca.
— Bueno, pará que no te conté lo más loco de todo: el enano que apareció al lado de Alejandra estaba en las vías del tren.
— ¿Cómo en las vías?
— Si, está en las vías de Gutenberg, al lado del alambrado, al menos desde que me mudé acá. Era como una decoración del barrio, ¿me entendés?
— Sí, sí.
— Bueno, mi conclusión, entre que no escuché pasos y que el enano es el que estaba en la vía... para mí que el enano se mueve solo. Igual es obvio que vas a pensar que digo todas estas giladas porque estoy re loco, pero pensalo por un segundo, men.
Intenté pensarlo, pero no pude, el cuelgue de la marihuana era más fuerte. Además, por mucho que lo pensara, no había manera de unir esos datos para concluir con el gnomo como autor de los asesinatos. Dije:
— No me parece que esa sea la mejor explicación.
— No sé, men... en una de esas son seres de otra dimensión, de otra galaxia... tal vez el asesinato de la enana y del otro chabón son parte de un mismo ritual.
Con eso, largué una risa que resonó en la habitación.
— No, en serio te digo. No te rías, boludo, no es joda.
No podía parar de reírme, tanto que pronto Martín se tentó. Como pude, fui hasta la cocina a tomar un poco de agua. — Che, boludo, cómo pega esto. ¿Es paraguayo?
— ¿Viste, boludo? Es una bomba, es pinillo.
Agarré mis cosas y me despedí de Martín.
— Gracias, loco— le dije.
Nos dimos un fuerte apretón de manos y salí del departamento. Por estar drogado, la presencia policial me ponía un poco paranoico, aunque no se si flasheaba por efecto secundario del porro o por la sugestión del caso. En mi vieja laptop escribí la bajada de una nota sobre “el rumor” de los enanos como autores materiales del crimen, lo mandé a la redacción y esperé. Al día siguiente, la espuma del caso bajó, la home del sitio la ocupaba un choque múltiple en Panamericana. El número de cadáveres por noticas manda. Pero otro hecho particular se encadenó en la ya de por sí enroscada secuencia de acontecimientos que rodeaban los asesinatos.
III.
Según comentarios de algunos vecinos, Mauricio Chazarreta, pastor de la iglesia pentecostal “Manantial de Bendiciones” y policía retirado, lanzó una dura proclama contra los gnomos en el sermón dominical. Afirmó que aquellas figuras eran ídolos, dioses falsos, entidades demoníacas, y llegó a sugerir que los asesinatos eran parte de un ritual satánico. Chazarreta cerró la prédica con un pedido a la comunidad: que hagan ayuno y oración para que se desate sobre los gnomos la justicia divina.
Este episodio hubiese pasado inadvertido de no ser porque a la mañana siguiente varios gnomos de los jardines del barrio aparecieron destruidos. Mientras los vecinos evangélicos vieron en esto una respuesta a sus oraciones, los vecinos no evangélicos lo sintieron como un ataque contra la propiedad. El conflicto escaló tanto que con el paso de los días, aparecieron nuevos gnomos triturados. Ese fin de semana el pastor felicitó a la iglesia ya que, gracias a su fe, Dios había hecho justicia. Pero aquel fervor eclesiástico se disolvió unos días después cuando la policía acudió a la casa de un vecino que había sorprendido a un grupo de chicos, con palos de hockey, al momento de destrozar a los gnomos de su jardín delantero. La policía detuvo al grupo de chicos que, a poco de estar en la comisaría, confesó ser parte del grupo de jóvenes de la iglesia de Chazarreta.
A las pocas horas, la comisaría se llenó de vecinos indignados que exigían la reparación del daño de sus jardines y también de miembros de la iglesia, encabezados por el pastor Chazarreta y por los padres de los chicos, para defender el accionar de sus hijos. El comisario ofició de mediador y procuró calmar los ánimos. El pastor ensayó unas disculpas generales y se comprometió a evitar que la situación se repitiera, aunque se negó de plano a dar una compensación por el daño, y mucho menos, a comprar nuevos gnomos para los vecinos, lo que para él implicaba, según dijo, rendirse miserablemente ante las fuerzas de Satanás.
Ya sin ataques, Agronomía recuperó algo de tranquilidad, aunque el caso seguía sin solución. La policía no podía dar una explicación más o menos plausible y mucho menos con el asesino. Como todo aquello carecía del más mínimo interés periodístico, mi tarea en la zona estaba concluida. Aún así, y pese a que me habían dejado en policiales asignado otro caso, no podía dejar de pensar en este. Así que, en mis ratos libres me dediqué a recorrer el barrio en busca de algún detalle que me ayudase a encontrar las respuestas con las que la policía no podía dar. Subí a mi blog cada pista que me resultaba interesante. Por ejemplo, llegué a enterarme de serios problemas dentro de la propia iglesia evangélica: los padres de los chicos que habían sido detenidos consideraban al pastor responsable de las acciones de sus hijos, y pretendían que abandonase su lugar detrás del púlpito. Otros feligreses, en cambio, creían, como el pastor, que el accionar había sido correcto y que, de hecho, se debía reforzar la lucha contra las entidades demoníacas.
Tras algunas semanas de relativa tranquilidad, un nuevo asesinato sacudió al barrio: Martín Echeverría apareció muerto, con unas tijeras de poda clavadas en el pecho y un gnomo de jardín junto a su cadáver. Pese al poco contacto que había tenido con él, quedé algo conmovido. De inmediato el barrio volvió a ocupar el centro de la escena periodística, los vecinos se agolparon en la comisaría para buscar explicaciones sin encontrar ninguna, y el diario volvió a asignarme la tarea de escribir lo que pasara en calidad de experto en el tema.
IV.
En la mañana de un caluroso y húmedo sábado de verano todo cambió: los enanos de jardín de Agronomía, todos y cada uno de ellos, desaparecieron. El comisario ordenó un rastrillaje por la zona y se comunicó con el resto de las seccionales de la ciudad para consultar si el fenómeno se había repetido en algún otro lado. Lo único que recibió a cambio fueron risas. Pese a la intensa búsqueda por plazas, baldíos y recovecos, la policía no podía dar con los gnomos.
A partir de esa mañana me aposté en la comisaría que sin buscarlo se había convertido en el centro de información del barrio. Mi relación con los policías de guardia, que a esta altura era más o menos fluida, me daba acceso a las novedades antes que el resto de los periodistas. Además, encontré sobre Condarco un cafecito donde enchufar mi computadora, comer algo y tomar café, lujos que, con la historia de nuevo en la home del diario, podía permitirme. El barrio era un completo caos: el conflicto entre los vecinos había escalado a un nivel ridículo. Cada vez que algún dueño de gnomos se cruzaba con un evangélico se trenzaban en interminables discusiones con puteadas de toda clase, episodios que en ocasiones terminaban a las piñas. La policía, por su parte, para “recuperar” el control del barrio dispuso un intenso patrullaje a fin de evitar las trifulcas. Los comerciantes tradicionales del barrio, como el panadero de Terrada, el vendedor de autos de Beiró y el de la pituca parrilla de la calle Allende, le pidieron al comisario que no continuara con la actitud persecutoria contra los vecinos, ya que aquello perjudicaba en forma dramática la actividad comercial. Los medios barriales como “Aquí Agronomía” se hacían eco del conflicto con notas, como por ejemplo la del domingo 2 de diciembre que decía “la policía parece más interesada en perseguir a los vecinos de bien que en encontrar al asesino”. El misterio de los enanos de jardín se terminó el fin de semana con la aparición de un folleto firmado por la iglesia “Manantial de Bendiciones” que decía: ¡Vení a derrotar a Satanás! Sábado 18.00 h. Coronaba con el diseño de un gnomo adentro de un símbolo de prohibido hecho con Paint.
V.
A la iglesia evangélica llegué bien temprano para no perderme nada y el lugar ya estaba repleto. Chazarreta encabezaba la ceremonia desde el escenario que había adentro, y la banda tocaba canciones de iglesia pero con onda más rockera. Delante de ellos, en fila, una docena de gnomos de jardín. Los últimos tres me llamaron la atención, ya que no eran de yeso ni de cemento, sino de piedra y estaban cubiertos por una fina capa de moho. La ceremonia avanzó entre las canciones y las aburridas palabras del pastor, de gratitud para con Dios. Hasta que en un momento la música paró y el pastor dijo: “Así como el profeta Elías destruyó a los ídolos en Babilonia, nosotros destruiremos a estos engendros del diablo”. El público estalló en una ovación que el órgano eléctrico acompañó con una alegre melodía.
Chazarreta bajó del escenario para regresar con una contundente maza de demolición. Entonces advertí, con el resto de la audiencia, que el plato principal sería la destrucción de los ídolos en vivo. En el fondo de la iglesia, algunos vecinos que se habían acercado se pusieron a increpar al pastor pero unos matones de seguridad los retiraron a los empujones. Adentro del templo y con la banda que no dejaba de tocar, el pastor aseguró el martillo con las dos manos, lo blandió por sobre de su cabeza y lo dejó caer contra el primer gnomo, una frágil estructura de yeso que cedió de inmediato. El lugar quedó en silencio y luego estalló en gritos de algarabía. El público exigía nuevas víctimas, y entonces, uno tras otro, el pastor aniquiló a los gnomos. El bramido de la multitud era ensordecedor y el pastor parecía poseído por una fuerza sobrenatural. Cuando llegó a los últimos tres, los de piedra, hubo una breve pausa. Chazarreta ya cansado, se disponía a terminar la faena. Afuera, el tumulto se hacía cada vez mayor y hasta se veían algunas sirenas policiales. Chazarreta, que sabía que le quedaba poco tiempo, descargó un martillazo tras otro, tres veces seguidas, mientras la multitud deliraba. Cada martillazo destruyó a un gnomo de piedra. La última descarga pareció transcurrir en cámara lenta. El pastor enarboló la herramienta de castigo sobre su cabeza por última vez. Cansado y con la vena de su cuello a punto de estallar descargó el martillo de la Justicia. En ese preciso instante un ruido ensordecedor que parecía provenir de las entrañas de la Tierra tomó el salón.
El pastor agarró un micrófono y comenzó a dar gritos de alegría, seguro de que aquel ruido era una señal de Dios. Tal vez lo haya sido, sólo que del dios equivocado: del suelo brotaron cientos de gruesas ramas que se movían como tentáculos para enrollarse en lo primero que encontraran. Yo me subí a una silla y esquivé varias que intentaron agarrarme los pies, pero el resto del auditorio no era tan veloz. La mayoría de las personas quedaron atrapada por los tentáculos, y todos entraron en pánico. En medio del salón, un gran tronco irrumpió desde el piso a toda velocidad y se incrustó en el techo y de él salieron cientos de miles de ramas de diversos tamaños, cada una con sus propias hojas, flores y hasta semillas. Se cortó la luz, y los gritos de pánico se hicieron insoportables. Las ramas no dejaba de expandirse y de atrapar pies y brazos de los presentes. El pastor no era la excepción: tenía brazos y piernas cubiertos de gruesas ramas. Yo todavía indemne traté de filmar algo con mi teléfono barato, y justo cuando encendí el video las ramas que atrapaban a Chazarreta hicieron fuerza hacia lados opuestos, por lo que las extremidades del pastor se separaron de su cuerpo. Un grito desgarrador invadió el lugar, y fue sólo el primero de cientos, ya que las ramas repitieron el proceso con todos los presentes. Es notable lo parecido que suenan las ramas y los huesos rotos.
Logré salir corriendo, y vomité en la esquina mientras las ramas seguían descuartizando vecinos y también patrulleros. Llegué a casa, y sin saber si me había vuelto loco me puse a escribir la nota del suceso que luego envié a mi editor junto con los videos borrosos que pude capturar. No obtuve respuesta alguna. Llamá a mi editor, que me atendió el teléfono enojado por el horario y me pidió que me calme, que si no iba a tener que darle mi trabajo a otra persona.
El día siguiente lo pasé encerrado en mi casa mirando televisión, leyendo los diarios y revisando internet en busca de alguna noticia. Nada. Hablé con mi amigo, y cuando quise saber si había escuchado algo él me preguntó si me sentía bien. Por la noche, rendido, me fui a dormir. Al día siguiente me levanté temprano y fui a la iglesia.
Un cordón policial impedía el paso. Aunque reconocía a uno de los muchachos de la comisaría, no me dejaron pasar. Detrás, en medio de la manzana, asomaba un gran bosque.